miércoles, 31 de marzo de 2010

Alegoria


A poco de dos millas se vislumbraba un marinero en barco de plata surcando el sendero, palpando el límite de dos profundos: agua y aire. Y el sonido vinculante de angostos rayos perforando al ave, la mantarraya. Luz que seduce y recrea. Inmerso está el barco de plata a eso, sólo el horizonte le pertenece al sentir la controversia de no poder volar o sumergirse mientras es barco. Y el marinero lo sabe. Sus ojos especulan con mirada seductora, llevando a cuestas la botella sellada de corcho; dentro de ella: tiempo e ideas. La botella y el corcho, en cambio, pueden ir sobre agua y sobre tierra, mientras no se prescinda de la mano del marinero entusiasmado por llegar a un pedazo de tierra. Sobre barco de plata deslizan los límites, espuman sus sueños. Cuando él busca el escondite que cree haber encontrado cuando lo escondió. Montaraz búsqueda.

Dicen los que le vieron despertar antes de partir y dibujar su sendero náutico, escribir con carbón al reverso de un mapa en papiro. Y casi sin despedirse, partió prometiendo el mañana y el punto de encuentro. Apoco de dos millas grito sin ser escuchado sino sólo viendo el punto finito de su lejanía: parecido a una gota, que se cuela por el límite del aire en su estruendosa lluvia, o como la burbuja que, imperturbada, recorre los océanos para encontrarse con la gota del chubasco. A esa distancia, en ese momento, aquel marinero y su barco de plata.

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